En un rincón del sur del país, un joven llamado Luis Armijo demostró que los sueños no se compran, se construyen con fe, sacrificio y trabajo duro. Hace diez años, Luis barría calles para mantener a su madre enferma y sobrevivir día a día. Sin embargo, su visión iba mucho más allá del cansancio y la necesidad.
“Siempre soñé con tener algo propio, aunque nadie creyera que fuera posible”, recuerda.
Con los pocos ahorros que juntó, compró una vieja sierra y empezó a fabricar muebles en el patio de su casa. Lo que comenzó como un pequeño taller improvisado se convirtió en el punto de partida de una empresa familiar que hoy da empleo a más de 100 personas en la provincia de Loja.
“No tuve suerte, tuve fe. Yahveh abrió las puertas que el mundo me cerró”, afirma con una sonrisa.
Hoy Luis recorre comunidades rurales, contando su experiencia y motivando a jóvenes que enfrentan situaciones similares. Su mensaje es claro:
“Si trabajas con propósito y pones tu confianza en Dios, no hay sueño imposible.”
Su historia es un recordatorio de que la pobreza no define a las personas, sino las decisiones que toman frente a la adversidad. En cada taller, cada conversación y cada nuevo empleado, Luis deja un mensaje de esperanza y transformación.
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